Hubo un tiempo en que los videojuegos eran poco más que un pasatiempo. Para muchos, de hecho, lo sigue siendo. Y es que todo comenzó -tal vez muchos lo recuerden- como una suerte de homenaje al deporte tradicional. En efecto, algunos de los primeros títulos de los cuales el público pudo disfrutar eran un reflejo de la realidad deportiva. Buen ejemplo de ello fue aquel curioso caso de un conglomerado de píxeles que tenían por objeto emular la emoción de un partido de tenis. Era tan solo el comienzo.

Sea como fuere, aquello no era más que una protoversión de la industria del videojuego y los «esports». Aún no existía nada parecido. Era un mero reflejo. Fueron necesarios muchísimos años para que el cambio pasase de ser una idea a una realidad. Y no fue cosa de una mente brillante, un joven entusiasta o una empresa atrevida. El nacimiento de los llamados deportes electrónicos fue un mero cúmulo de circunstancias; el auge de la tecnología quiso traer consigo nuevas formas de entretenimiento. El cambio generacional y el nacimiento de medios alternativos fue clave.

¿Un origen sin tanto misterio?

La realidad es que el origen de los ‘esports' no es tan diferente al de plataformas de ‘streaming' como Netflix. Sucede algo parecido con los creadores de contenido que proliferan en Twitch o YouTube: existen porque la gente los reclama. El público anhela nuevas formas con las cuales dejarse llevar y echar un rato. Es diversión y espectáculo, pero dentro de una pantalla. A día de hoy los deportes electrónicos podrían ser poco más que el subproducto de un ‘ménage à trois' venido a menos entre aficionados, videojuegos y deportistas, pero la suerte quiso que fuese algo más.

Sin duda, un resultado inesperado. Al menos si tenemos en cuenta los precedentes y prestamos atención a cómo empezó todo. Corría el año 1972 cuando un grupo de estudiantes de Standfor decidió reunirse y competir. El premio era una suscripción de un año a la revista ‘Rolling Stone' y los competidores se contaban, como mucho, por decenas. Los videojuegos eran populares, pero no demasiado. Decididos a darlo todo en Space Wars -hoy un clásico de la historia- se enfrentaron los unos a los otros en busca de aquel peculiar trofeo y el reconocimiento de los suyos. Venció Bruce Baumgart, aunque ya (casi) nadie le recuerda. Y ese fue el origen.

El comienzo de algo muy grande

Durante mucho tiempo se consideró que aquel fue el primer torneo de ‘esports' de la historia. No obstante, fue un simple aperitivo; a día de hoy es poco más que un sentido homenaje a los primeros jugadores. El devenir de los tiempos ha provocado que, difícilmente, un torneo de amigos sea considerado un deporte electrónico o un deporte. Porque los ‘esports' son mucho más. Tal vez sea el precursor, pero se ha quedado muy corto. Así pues, no sería hasta el año 1980 cuando se celebraría el primer gran torneo -oficial y registrado- de la historia de los videojuegos.

En esta ocasión habría detrás una gran empresa: Atari, una de las desarrolladoras más importantes de su época. Habiendo escogido ‘Space Invaders' como buque insignia de la competición, congregó a cientos de jugadores por todo Estados Unidos. Era una estrategia de marketing que buscaba catapultar la popularidad de su nuevo proyecto… Y vaya que sí lo hizo. Fue un verdadero éxito. Los jugadores se batieron en duelo en toda clase de clasificatorios regionales buscando acceder a la fase final. Los elegidos fueron unos pocos, aunque siempre quedará en la memoria el nombre de Rebecca Heineman.

Más pronto que tarde se convertiría en una figura para varias generaciones. Su situación era, como poco, muy complicada: sus padres no comprendían (algo lógico si tenemos en cuenta la situación por aquel entonces) que se desviviese de aquella manera por los videojuegos. Aparte, hubo quienes la criticaron por su condición de género. Aquello quedó atrás. Fue nuestra primera gran campeona y hoy día sigue siendo un ejemplo para todos, tanto por ejercer como asesora del Museo de Historia de los Videojuegos como formar parte del consejo administrativo de la organización LGBTQ+ GLAAD.

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